domingo, 16 de agosto de 2009

Opinión: Desnudo en el bordillo.

Fuente: Blog NaturistasDeMadrid.

Desnudo en el bordillo, por Jesús Trelis para "Las provincias"

Me senté en la acera. Estaba ya harto de tanto deambular, de tanto fingir. De aparentar. Y me dije: «Voy a mirar».

Me sorprendió al principio que no me quitaran ojo. «¿Qué pasa?», les grité. Pero pronto comprendí que les llamaba la atención que fuera completamente desnudo.

«No están acostumbrados», pensé. Ni a verse, ni a ver al personal al natural. Es el miedo al cuerpo sin disfraz. A la carne al descubierto.

Ellos me apuntaban: «¡Mirad, mirad al pecador!». Yo sonreía y me los imaginaba sin nada. A la anciana, al borracho y al mendigo. Al juez, al policía y al asesino. Al etarra malnacido, al suicida y al agredido.

A los políticos, en el estrado o en la poltrona. Todos ellos despojados de sus glorias ante el pueblo deprimido. Sin sus mentiras, ni verborrea. Sin guardaespaldas, ni corruptelas. Sin espías, ni gurteles. Rosas y gaviotas al desnudo.

Me imaginé al cura y al ateo. Al clero y al Politburó. Sin sus creencias, ni sapiencias. Sin rosarios, ni cruces. Sin martillos, ni hoces. Sin armiños, ni sotanas, ni tocados bordados con exuberantes dorados. Todo los credos del mundo al desnudo.

Al ricachón despojado del Moët & Chandon, del caviar, de las sedas y de los armanis. Sin sus dólares, ni chequeras. Sin ferraris, ni megayates. Sin la coca servida en plata y sin las mansiones para sus orgías venecianas. Toda la mafia al desnudo.

En la acera, postrados, despojados. Todos a una. El futbolista sin sus botas, ni tatuajes. El matador sin capote, con el toro rematado a sus pies ensangrentados. La cantante, como una ola, sin lentejuelas, ni marabú. Sin peluca, ni gotelé. Sin su micrófono y sin el zoom de Lazarov.

Allí estábamos todos, sentados en el bordillo. Mirándonos desnudos. Con las manos vacías. Idénticas. Las mismas manos: la chiquilla y el jubilado, el ilegal y el nazi redomado, Jesse Owen y el Führer exaltado. El escritor maldecido, su alteza real, el recién nacido...

Todos iguales, menos el loquero vestido de blanco que me cazó como a un perro, me encerró en una jaula y me lanzó a esta habitación, fría y desnuda, desde la que ahora te escribo y te envío besos al aire.

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