El Juez de Instrucción Nº3 de lo Penal de Las Palmas ABSUELVE a un nudista del delito que le imputaba la Policía Local (Resistencia y desobediencia a la autoridad). La orden de vestirse no tiene amparo legal. La prohibición del nudismo es NULA de pleno derecho, así lo argumenta el propio Diputado del Común (Defensor del Pueblo de Las Palmas de Gran Canarias) en un informe y así se deduce por el Juez en su Sentencia, por tanto la pacifica negativa a vestirse si que está amparada en la Ley.
Reciente Sentencia absolutoria del delito/falta de resistencia/desobediencia de un nudista a los agentes de Policía Municipal de Las Palmas,donde desde hace cinco años el Ayto. mediante una determinación municipal ha venido prohibiendo ,extralimitadamente,el nudismo y persiguiendo a los nudistas.
El nudista persistió en su pacifica actitud de seguir tomando el sol desnudo,integralmente desnudo, pese a las advertencias y a la orden del agente. La Policía Municipal decidió incriminar al nudista por la vía Penal, pero solo han conseguido quedar en evidencia con esta contundente Sentencia ,que además desautoriza totalmente a los agentes de Policía Local que intentan aplicar dicha prohibición municipal e ilegal .
Esta es una Sentencia ejemplar que servirá para que la Policía se preocupe menos de la indumentaria,o falta de ella, de los bañistas y aproveche mejor el tiempo persiguiendo delincuentes.
También servirá para que el Ayuntamiento de Las Palmas se adecue a la Ley en materia de nudismo...
Recientemente unos gamberros amenazaron a nudistas en Las Palmas. Pero lo mas grave es que la Policía Local actuó contra los pacíficos nudistas en lugar de hacerlo contra los agresivos gamberros . Los agentes de Policía Municipal han sido denunciados por presuntamente no cumplir con su deber. Pronto tendremos más noticias sobre este asunto.
La obligación de la Policía y sus agentes es proteger la seguridad, los derechos y libertades de los ciudadanos...
Por cierto...el nudista absuelto en Las Palmas ,Julian Santa María Monzón, es a su vez,una de las tres personas nudistas a quienes el Ayuntamiento de Cádiz persiste en querer sancionar(multar) por haber secundado pacíficamente la convocatoria de la Federación Española de Naturismo(FEN) del "Día sin Bañador" el 18 de Julio 2010 .
Y,...es que... hay que compatibilizar el uso de las playas.
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Viñeta realizada para ANNCAJE por el famoso dibujante Carlos AZAGRA, colaborador de El Jueves.
Jarillo, presidente de anncaje
Canto a Andalucía
Cádiz, salada claridad. Granada,
agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada.
Málaga, cantaora.
Almería, dorada.
Plateado, Jaén. Huelva, la orilla
de las tres carabelas.
Y Sevilla.
Manuel Machado(Phoenix, 1936)
agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada.
Málaga, cantaora.
Almería, dorada.
Plateado, Jaén. Huelva, la orilla
de las tres carabelas.
Y Sevilla.
Manuel Machado(Phoenix, 1936)
Encuentro con Ismael Rodrigo
Artículos de opinión de Ismael Rodrigo:
- · Encuentro Digital. 28 de agosto de 2009. ©Ecoprensa SA
- · ¿Podemos seguir mirándonos en el espejo alemán?
- · Discurso al Congreso Mundial Naturista
- · Francisco de Asís: patrono del Naturismo. 4 Octubre
- · España, a la Cabeza de Europa en Naturismo
- · La Tercera Batalla del Naturismo (revista naturismo.org)
- · ¿Somos tolerantes con los nudistas? (Columna El Mundo)
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- · El Naturista Escéptico. Homeopatía: medicina sin medicina
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Jarillo, presidente de anncaje
PARAÍSO NUDISTA
Primero, una impresión de lejanía:
como si cada cuerpo estableciera
un horizonte propio, con sus islas,
con sus amaneceres presentidos,
con sus barcos distantes. Aunque nunca
tan lejos unos de otros como para
no compartir algunas evidencias,
una esencial complicidad. Parejas
casi siempre. O corros bulliciosos
que, apenas se despojan de sus ropas,
parecen invadidos de una extraña
ceremoniosidad, que les incita
a jugar a las cartas, recluidos
en posturas discretas, o a construir
castillos en la arena mientras guardan
la digestión como una más de tantas
convenciones vigentes, pese a todo.
Nadie se acerca a preguntar la hora.
Nadie te pide fuego. Y solamente
algunos paseantes de la orilla
se atreven a afrontar con discreción
los pequeños enredos que provoca
un perro que olisquea los tobillos
o un niño que se suelta de la mano
e invade los dominios acotados
por toallas tendidas y tumbonas,
y luego se detiene y enmudece,
hasta que alguien lo llama por su nombre
o se acerca a buscarlo y los dos juntos
se reincorporan a su lejanía,
igualados, ahora, por la luz
que les dora la espalda y por la ingenua
cadencia de las nalgas al andar.
La piel, en ocasiones, es el más
denso de los vestidos, el que oculta
mejor lo que uno cela de los otros.
Hay quien, desnudo, ofrece a las miradas
ajenas su compacta opacidad,
igual que otros parecen derramarse
en las delicadezas de su piel
o en la evidencia sensitiva, alerta,
de lo que normalmente ocultan, flores
o signos de un extraño abecedario,
animales dormidos, criaturas
abisales, antiguas cicatrices
o estigmas de una herida irrestañable.
Y hay quien conjura, al desnudarse, el sueño
de un mundo sin deseo, o con deseos
convertidos en meras variantes
de una curiosidad gratificada.
Sin embargo, tampoco aquí se cumplen
esas expectativas. Revestidos
de luz, de convenciones, de distancia,
de la mera inocencia de la piel
en sus imperfecciones y en sus signos,
el sol poniente nos convierte en sombras,
siluetas que transitan sobre el vivo
azogue de la orilla. Hay quien se cubre
los hombros y quien se recluye más,
si cabe, entre sus pertenencias. Y hay
también quien se incorpora, en este tránsito
de la luz a las sombras, al desfile
orgulloso de cuerpos junto al mar.
Reaparece el deseo con la luz
declinante, y también el viejo anhelo
de compartir la desnudez con otros
bajo un pacto de mutua entrega. Algunos
optan por retirarse entonces, forman
un éxodo modesto de parejas
que arrastran parasoles y butacas
en dirección a los aparcamientos.
El paraíso se disuelve en sombras.
Y sólo el aire es transparente y sólo
la playa alcanza a desnudarse ahora.
como si cada cuerpo estableciera
un horizonte propio, con sus islas,
con sus amaneceres presentidos,
con sus barcos distantes. Aunque nunca
tan lejos unos de otros como para
no compartir algunas evidencias,
una esencial complicidad. Parejas
casi siempre. O corros bulliciosos
que, apenas se despojan de sus ropas,
parecen invadidos de una extraña
ceremoniosidad, que les incita
a jugar a las cartas, recluidos
en posturas discretas, o a construir
castillos en la arena mientras guardan
la digestión como una más de tantas
convenciones vigentes, pese a todo.
Nadie se acerca a preguntar la hora.
Nadie te pide fuego. Y solamente
algunos paseantes de la orilla
se atreven a afrontar con discreción
los pequeños enredos que provoca
un perro que olisquea los tobillos
o un niño que se suelta de la mano
e invade los dominios acotados
por toallas tendidas y tumbonas,
y luego se detiene y enmudece,
hasta que alguien lo llama por su nombre
o se acerca a buscarlo y los dos juntos
se reincorporan a su lejanía,
igualados, ahora, por la luz
que les dora la espalda y por la ingenua
cadencia de las nalgas al andar.
La piel, en ocasiones, es el más
denso de los vestidos, el que oculta
mejor lo que uno cela de los otros.
Hay quien, desnudo, ofrece a las miradas
ajenas su compacta opacidad,
igual que otros parecen derramarse
en las delicadezas de su piel
o en la evidencia sensitiva, alerta,
de lo que normalmente ocultan, flores
o signos de un extraño abecedario,
animales dormidos, criaturas
abisales, antiguas cicatrices
o estigmas de una herida irrestañable.
Y hay quien conjura, al desnudarse, el sueño
de un mundo sin deseo, o con deseos
convertidos en meras variantes
de una curiosidad gratificada.
Sin embargo, tampoco aquí se cumplen
esas expectativas. Revestidos
de luz, de convenciones, de distancia,
de la mera inocencia de la piel
en sus imperfecciones y en sus signos,
el sol poniente nos convierte en sombras,
siluetas que transitan sobre el vivo
azogue de la orilla. Hay quien se cubre
los hombros y quien se recluye más,
si cabe, entre sus pertenencias. Y hay
también quien se incorpora, en este tránsito
de la luz a las sombras, al desfile
orgulloso de cuerpos junto al mar.
Reaparece el deseo con la luz
declinante, y también el viejo anhelo
de compartir la desnudez con otros
bajo un pacto de mutua entrega. Algunos
optan por retirarse entonces, forman
un éxodo modesto de parejas
que arrastran parasoles y butacas
en dirección a los aparcamientos.
El paraíso se disuelve en sombras.
Y sólo el aire es transparente y sólo
la playa alcanza a desnudarse ahora.
Por José Manuel Benítez Ariza (Cádiz)